lunes, 21 de junio de 2010


El Colorado Rompecadenas

Se lo veía por los alrededores del mercado de abasto. Al pasar para el colegio nos parábamos a ver su impresionante físico. El colorado tendría un metro noventa de altura y unos brazos tan gruesos como nuestras piernas. Era un bobo gigantesco. Cargaba dos bolsas de papa sobre sus hombros como si fueran dos almohadas de plumas. No se sabía cuántos cajones podía apilar sobre su humanidad. Siempre usaba la misma ropa. Un pantalón negro-grisáceo y una remera mangas largas que se arremangaba en el verano.Los verduleros se aprovechaban de su condición. Lo hacían trabajar por unos pocos pesos.
Los sábados, al cerrar el mercado, preparaban un singular espectáculo. Llevaban al gigantón al patio trasero, le envolvían los brazos con tiras de cadenas de esas que se usan para pasear a los perros y se apostaba para ver cuánto se demoraba en romperlas. El hombre, entonces, abría sus piernas y con un esfuerzo sobrehumano destrozaba los eslabones. Por eso se lo apodaba “el Rompecadenas”
Dormía en el mismo mercado, tirado sobre los restos de un colchón de lana. Con viejos cajones de madera improvisaba fuego para cocinar y darse calor en el invierno.
No se conocía muy bien su origen. Se decía que había llegado con un circo haciendo de monstruo. Algunos memoriosos contaban que aparecía con la cabeza tapada con una tela negra y con un pantaloncito imitación piel de tigre, arrastrando con su pierna una enorme bola de hierro y dando pavorosos rugidos. Un collar de metal le apretaba el cuello y desde allí una gruesa soga lo unía a su supuesto domador. A los pocos días de haberse ido el circo , apareció por el pueblo y un changarín lo llevó al mercado. Desde entonces nunca dejó de tener trabajo.
Un día un viejo acoplado se rompió y allí quedó. El dueño calculó que le salía mas barato dejarlo que arreglarlo. Ese fue el nuevo hogar del colorado Rompecadenas.
Al poco tiempo se convirtió en lugar de entretenimiento de los muchachones del pueblo. A la nochecita concurrían en patota a ver cómo, por unos pocos billetes, se masturbaba. Lo hacía con la concentración propia del deportista de alto rendimiento. Se levantaban apuestas para ver cuántas eyaculaciones lograba y en cuánto tiempo. Tenía un récord de nueve en dos horas y media. Comprobadas. Algunos hinchas fanáticos juraban que había logrado un total de doce en escasas dos horas. Nadie les creía, porque en realidad no eran testigos confiables.
El colorado lo único que exigía era tomar una coca cola cada media hora. Para él era un potente afrodisíaco. El espectáculo terminaba cuando se declaraba cansado y pedía los cinco sánguches de milanesa que invariablemente engullía al final.
Esta costumbre se terminó una noche cuando llegó la patrulla y detuvo al pobre por exhibiciones obscenas. Los espectadores recibieron una patada y la orden de que se fueran a sus casas. Desde ese día el Rompecadenas se quedó a vivir en la comisaría. Dormía en un calabozo. Se ocupaba de limpiar el edificio y cebarle mate al oficial de guardia, amén de lustrar las botas de cuanto milico se lo pedía. Algunos de los conocidos ladrones del pueblo se quejaban ante el Juez de que los policías lo usaban para que les pegase, en busca de información. El magistrado no les hacía caso. Daba por sentado que se trataba de una mentira más de los delincuentes.
Hasta que uno de ellos apareció ahorcado, colgado de las rejas El caso se caratuló de suicidio y no hubiera pasado a mayores si no fuera porque un médico forense descubrió que el preso había muerto por un derrame interno. En la autopsia encontró que tenía grandes hematomas simétricos a ambos costados del cuerpo y seis costillas fracturadas... Alguien con una descomunal fuerza le había propinado una tremenda paliza terminando con la vida del preso, dándole un formidable abrazo de oso. La deducción fue lineal, el autor tenía que ser el Rompecadenas.
En el juicio, por esas ironías del destino, se lo condenó a cadena perpetua. A los policías que estuvieron de guardia se los culpó de negligencia. Como el delito era excarcelable quedaron en libertad. Cuentan que el colorado sonreía bobaliconamente, contento al saber que en el pueblo no había cárcel y que podía seguir viviendo en el calabozo. El abogado defensor de oficio le explicó que todo había salido bien. Por eso se lo premiaba.

Rompecadenas murió al año siguiente de un balazo en la cabeza. Un agente le había prestado la pistola, supuestamente descargada, para que se entretuviese y se dejara de joder preguntando pavadas.
El Intendente donó un cajón para el entierro, de tan mala calidad que al bajarlo se desfondó. Nadie se preocupó. Ahí nomás lo envolvieron con una frazada y lo taparon con tierra.


Juan José García Zalazar

miércoles, 9 de junio de 2010

El colcón



El Colcón

Cuéntanos un cuento- dijeron los niños- alrededor del hogar. Un cuento que nos dé miedo, pero mucho miedo.
A mi juego me llamaron, pensó el abuelo, viendo en el viejo reloj que casi eran las once de la noche y sus nietos como si nada. Ni pizca de sueño.
Les voy a contar la historia del Colcón -dijo el viejo.
“Es un gran pájaro que vive en las montañas de aquí cerca. Sus alas de punta a punta miden unos cuatro metros. Solo vuela en la noche y en total silencio. Es todo negro y se aparece cuando uno menos lo espera.”
Para que les siga contando el cuento es necesario que salgamos al patio, a la oscuridad. Cada uno traiga su silla.-dijo el abuelo mientras sacaba la suya.
Una vez todos instalados en esta nueva escenografía-los niños se habían sentado todos muy juntitos- el nono continuó.
“El Colcón cuando no tiene pichones se alimenta como cualquier otro pájaro.Come semillas, frutas, lombrices. Todo cambia cuando termina de empollar y nacen los colconcitos. Suelen ser dos, a lo más, tres”.
Aquí el abuelo hizo una pausa y le pidió a su nieto mas inquieto, que le tuviese el reloj de pulsera, para estar más cómodo.
Y luego continuó: “el caso es que cuando nacen los pichones, solo se alimentan de ojos de niños de hasta ocho años. Entonces el padre Colcón sale de noche a buscar alimento. Siempre lo hace después de las once de la noche. Prefiere arrancar los ojos de los niños que se resisten a dormir, porque son los que mejor gusto tienen.Y además si sus hijitos siguen con hambre, se dan una vuelta y les quita las lenguas a las niñitas parlanchinas, que no dejan dormir a sus hermanos”
Dicho esto preguntó la hora al nieto que le tenía el reloj y el único que quedaba., firmemente prendido a sus pantalones. No contestó nada. Temblaba como una hoja.
No se desprendió de la pierna del abuelo hasta no entrar en su camita.



Juan josé García Zalazar