domingo, 21 de noviembre de 2010


Verrugas

Sabía que mi tío se estaba muriendo. Me di cuenta cuando mi viejo me dijo: vamos a verlo a tu tío Daniel que está muy jodido. Me lo dijo a mí, solamente. Mamá hacía mucho que no lo visitaba .Desde el momento que se enteró que a los dos meses de enviudar se juntó con “esa mujer”.Así lo decía…”esa mujer”.Mi madre había sido muy amiga de Petrona, la primera esposa.Una santa. Ella sola crió nueve hijos, “porque tu tío lo único que siempre hizo fue trabajar el campo y tomar vino.”
Y…si. Tío Daniel era un grandote colorado, cara redonda, siempre sonriente, tenía pequeñas venitas rojas que le recorrían los cachetes .Sus manos eran impresionantes. Calculo que si se las pesaba, cada una debía tener unos tres kilos. Era un forzudo. En una ocasión lo vi estirar una rienda de cuero crudo, demasiado larga, hasta cortarla. El campo lo trabajaba de sol a sol con sus cuatro hijos varones. Era un referente de la región. Una especie de caudillo. Cuando algo no andaba bien, los vecinos iban a su casa a la tardecita, a consultar. Seguro eran convidados con ese vino rojo y áspero que tomaba y salían con instrucciones precisas de lo que había que hacer. Y eso se hacía. Parece que nunca la erraba.
Cada tanto aparecía por el pueblo. Llegaba a casa, en su sulky impecable y un alazán hermoso, brillante, nervioso. Ambos hacían juego. Cuando mi madre lo oía llegar, saludaba y se iba al fondo del patio. De donde no aparecía hasta sentir que se había ido. Mi viejo, invariablemente, sacaba una botella de vino y dos vasos. Solo eso. A la segunda botella, mi papá apenas si alcanzaba a tomar dos vasos, hacía los aprestos para irse. La salida era todo un espectáculo. No alcanzaba a pisar los estribos que el caballo daba un envión, casi parándose en dos patas, y arrancaba con unos bríos impresionantes. Lo mismo, él le daba un par de azotes con las riendas y a los gritos se despedía de papá. Algunos vecinos, disimuladamente, se demoraban en la vereda para verlo partir. La calle de tierra quedaba envuelta en una nube de polvo ocultando al carruaje .
Ahora estábamos en su casa, la verdadera. Él, al juntarse con “esa mujer” edificó otra más precaria a la entrada del campo. En la casa original vivían los hijos solteros que tampoco nunca aceptaron la presencia de la nueva compañera de su padre.
Ahora, al entrar al dormitorio, lo vi en la cama. Parecía otra persona. Era como que si se hubiera reducido. Su color rojizo había sido reemplazado por un extraño color gris rosáceo. A su lado María” esa mujer” le hacía compañía. Escuché claramente, que mi tío decía: “que oscuro se está poniendo”. La ventana, al poniente, sin cortinas, dejaba entrar los rayos del sol inundando de luz la habitación. María, le mintió. “Si, viejito-siempre le decía viejito-parece que se viene la tormenta.” Mi papá me hizo una seña y salimos. En media hora sentimos los gritos y llantos de María y supimos que tío Daniel ya estaba sujetando las riendas de su alazán por lugares desconocidos.
Entonces se acercaron mis primos. Entraron y se ocuparon de todo lo demás. María se sentó en un banco casero de algarrobo, al lado de la puerta. Era menuda pero nunca la vi más pequeña e insignificante. La escuche decir, casi como en un rezo: y ahora que será de mí…
En esos lugares el velorio se hace al aire libre, si el tiempo lo permite. Solo el difunto permanece adentro, en su cama. Alguien prepara el fuego, a la noche para hacer el asado y calmar el hambre de los vecinos, dispuestos a pasar la noche. Vienen de kilómetros a la redonda. Vienen todos. Hijos y mujeres incluidas. Las madres juntan sillas en improvisadas camas para los más chicos.
Con naturalidad, todos se sientan en un gran círculo. Algunos hablan en voz baja con el que tienen al lado. Nadie llora. El tema siempre es el mismo. La siembra, la lluvia, el rinde del tabaco. Porque todo el mundo sembraba tabaco. Era el oro rubio del momento, desde que una tabacalera instaló un acopio en un pueblo cercano y empezó a regalar las semillas. Habían descubierto que la tierra de esa zona, era ideal para la siembra de la clase “virginia” de tabaco rubio como en los mejores campos norteamericanos.
Me senté al lado de mi papá, en unos tablones. Como ya era mayorcito-doce años-me tenía que comportar como los adultos. No podía irme a dormir. Los ojos me ardían. Varias horas habían pasado desde la muerte del tío y todavía faltaban muchas otras para que amaneciese. La noche de verano era hermosa. Una inmensa luna llena hacía casi innecesarios, los faroles que colgaron de los árboles. La playa del cancheo, similaba el ruedo de una plaza de toros y las visitas, los asistentes a la corrida. Sin toros y sin torero.
Fue entonces que desde mi frente, al otro lado del ruedo, se levantó un viejito que hasta entonces no había visto. Era pequeño, muy bajito, cada paso le demandaba un gran esfuerzo. Como si llevase un peso grande en la espalda. Parecía un desvalido pichón de paloma. Su ropa gris hacía juego con su innecesario sombrero. El único toque de color lo daba un pañuelo rojo tinto que llevaba cuidadosamente anudado al cuello. Apoyaba una mano en un rústico bastón de tintitaco, gastado en la empuñadura. Se demoró un buen rato en llegar. Vino derecho hacia papá. Mi padre, respetuosamente, se paró y algo hablaron a media voz. Supe que le había pedido permiso para hablarme. Se sentó a mi lado. Mi ocasional vecino se levantó para darle lugar. Fue entonces cuando me dijo: “escuche, niño le voy a enseñar como se curan las verrugas de palabra.” Su voz era casi un hilito, tuve que hacer esfuerzos para escucharle. Me dijo: “el día que Ud. decida pasar el poder- así lo nombró - tiene que ser en una noche como esta, de luna llena, en que haya muerto alguien querido. Y hágalo con una persona joven para que pueda curar por mucho tiempo; me dio un poco de miedo. Todo era muy raro. La cercanía de mi papá me tranquilizaba. Agregó que cuando transmitiera lo que me iba a enseñar, en ese mismo momento, perdería el poder. Cuando decía “el poder” cambiaba el tono de voz. Era mas grave, como si su voz no fuera su voz. O me parecía. Algo más quiso decir pero un acceso de tos se lo impidió. Entre sus dedos marchitos sostenía uno de esos cigarros de hoja. Cada vez que pitaba una espesa nube de humo se demoraba ocultándole la cara. Escuché que dijo: tenga cuidado con…y tuvo un acceso de tos que le impidió seguir hablando. Después no dijo mas nada.

El viejito, que después me enteré era un curandero muy respetado en la zona, un curador, como decía la gente, me enseñó lo que tenía que decir para mis adentros. Dijo que no tenía que contárselo a nadie. Era algo relacionado con la religión. Tenía que preguntar al paciente, donde tenía las verrugas, cuantas eran y avisarle que a partir de ese momento no debía mirarlas más. Ignorarlas. Si las miraba se perdía el tratamiento.
Del entierro de mi tío no me acuerdo mucho. Si que fue el primer muerto que vi. No me impresionó, era como si con la muerte hubiera recuperado su aspecto habitual. Parecía dormir.
A la otra noche, recién me acordé del curador y su enseñanza.
En la base de mi dedo pulgar izquierdo tenía una verruga que casi era una agradable compañía. Cuando estaba aburrido, la mordisqueaba. En alguna oportunidad, de puro distraído llegué a hacerla sangrar.Decidí probar conmigo la fórmula aprendida. No sé en que momento desapareció. Me di cuenta que se estaba achicando pero no cuando ya no estuvo más. No la miraba ni por casualidad. No lo consideré un éxito porque era conmigo mismo.
Debía probarla con otra persona. Esa persona resultó ser una chica que trabajaba de manicura. Un amigo, medio en joda, medio en serio, me la presentó. La rubiecita ya no sabía que probar. Su problema era una indisimulable verruga en el dedo pulgar de su mano derecha. En esos años no existían los guantes de látex y no tenía manera de ocultarla. Me dijo que algunas clientas habían dejado de verla. Se había dado cuenta que la protuberancia producía las deserciones. Decidí hacer la cura. La chica me gustó. No la vi nunca más. Al mes de conocerla, se fue a vivir a otra provincia. Mi amigo, pasado casi el año, me contó que le había hablado por teléfono. Le dijo que me agradeciese por la “sanación”.O sea que había resultado cierto.
La última vez que puse en práctica lo aprendido fue a pedido de una amiga que me contó que la profesora del taller de pintura donde iba, tenía un grave problema. Una importante verruga en su párpado izquierdo le estaba impidiendo ver y lo peor es que no podía pintar con la soltura de otrora. El caso se presentaba como problemático ¿Cómo hacer para que no se mirase la callosidad, si justo la tenía en la cara? Lo mismo decidí probar. Pasado un par de meses, la pintora tuvo una notable mejoría. Solo le quedó como recuerdo una pigmentación un tanto más oscura en la zona.

Creo que fue un error no haberle preguntado al curandero que me quiso decir cuando por culpa de la tos dejó de hablar.
Hace una semana que debajo de la uña del pulgar derecho está creciendo una oscura verruga. En la base del otro pulgar es insipiente la presencia de otra callosidad y lo que mas me preocupa es un molesto abultamiento en mi párpado izquierdo. Crece día a día y ya me está impidiendo ver con claridad.

Juan José García Zalazar (2010)