viernes, 24 de septiembre de 2010


La mujer del llanto fácil


Creo que el primero en darse cuenta fue un enfermero del Hospital de Niños el domingo que Alejandrita fue atendida, porque se había tragado una moneda de diez centavos. Le hicieron una radiografía y el médico dijo que no había ningún problema. El objeto se encontraba en el estómago y en el camino establecido por la naturaleza. El facultativo, que por su tonada debe haber sido riojano decretó: “¡mañana lo caga!” No hubo dolor en ningún momento ni sus padres mostraron nerviosismo que hubieran alterado a la niña, sin embargo no había manera que dejase de llorar. Lo hacía con tal voluntad que era el asombro de las otras madres que se encontraban esperando. Fue ese enfermero el primero en sospechar. Ahora recuerdo su cara y su expresión, ¡él lo sabía!
El segundo episodio, se produjo con la caída de su primer diente de leche. Nos enteramos por el escándalo que hizo en el colegio. Llegó a casa acompañada por la portera envuelta su carita en una toalla de mano. Pero no para parar la escasa sangre, sino para enjugar sus lágrimas. Alejandrita lloraba con verdadero entusiasmo. Era una catarata de lágrimas. “Esta es la segunda toallita que empapamos”, dijo alertando la empleada, “y es de la Directora”.
El tercer episodio vino de la mano de su enamoramiento de los quince años. Cualquier chica de su edad hubiera dejado de comer o se pasaría todo el día escribiendo el nombre de su amado en cuanta superficie se encontrase a mano. Pero no fue éste, el caso. Cada vez que se acordaba de su noviecito lloraba desconsoladamente. Incluso estando con él bastaba que el jovencito le dijese alguna palabra de amor, para que rompiese a llorar. La gente que pasaba se daba vuelta y miraba. El muchacho pronto se cansó de tanto papeloneo y disidió emprender otro camino. ¡Para que! Alejandra lloró quince días con solo los intervalos necesarios para dormir y aun dormida, soñaba que estaba llorando.
Luego sobrevino un período de relativa calma, si es que no contamos la semana que lloró cuando se murió su perrito. Esa vez lo interesante fue la cantidad de agua derramada. Su padre temió que se deshidratase, por lo que la obligaba a tomar agua de un envase de gaseosa a razón de medio litro cada dos horas.
El día del Gran Llanto fue cuando le dijeron que estaba embarazada. Comenzó la función “llantística” a las nueve de un día martes y cuentan que duró diez días, con algunos intervalos para comer y dormir. La gente de pueblos vecinos llegaba en camionetas y sulkys a ver a María Magdalena, como la habían empezado a llamar. Su mamá, buena hija de turcos, comenzó a cobrar “a voluntad” la entrada a su casa.
Algunos dicen que con la plata que juntó en esos días cambiaron el auto.

Alejandra decidió estudiar para maestra jardinera. .Quizás no halla sido lo más acertado. Si les leía un cuentito con final triste a los pequeños, irrumpía en un llanto sin consuelo.
La Directora, bastante preocupada, pidió a la docente que se hiciese una revisación médica. Los resultados de los exámenes fueron normales aunque le dieron diez días de carpeta médica. La facultativa logro desentrañar lo que aquel enfermero había intuido muchos años antes.
En el diagnóstico colocó: “la paciente sufre de llanto fácil”. Es de hacer notar que la médica había hecho un posgrado en Alemania, así que sabía de qué hablaba.
Alejandra, al enterarse de cual era su dolencia, se sintió mucho mejor, aunque no pudo aguantar las lágrimas que acudieron en tropel a sus ojos.
Pero esta vez, eran de alivio.

Juan josé García Zalazar