sábado, 12 de diciembre de 2009


Orgullo

Hace más de una semana que la pregunta me da vueltas en la cabeza. ¿Porque me habré metido en esta? Y la respuesta se va abriendo camino: para joderlo a mi viejo. El no quería que entrase a la escuela militar.

Debe hacer cuatro horas que me tienen arrastrando por el campo de aterrizaje del cuartel. Ellos son mis superiores pero se cansan pronto. Cada media hora se relevan. Parece que es cansador dar órdenes y tocar el silbato.¡¡Pri-pri!! arriba y al trote ¡pri! cuerpo a tierra, ¡pri-pri-pri! arrastrarse. Y así hora tras hora. No me importa, tengo un excelente estado físico.

Estos piensan que me están haciendo pagar por mi rebeldía y me están enseñando quien es el que manda. Quien tiene el poder. Pobrecitos no tienen ni idea con quien están.
Como no la tenía el milico de cuarto año que festejando el cumpleaños de un camarada nos sacó la única jarra con agua que teníamos para ocho cadetes en ese tórrido mes de Enero. Nos estaban racionalizando el agua. Siempre la misma escasez. Siempre la falta de agua. Sufríamos sed, terrible sed que llegaba a partirnos los labios.
En realidad, intentar sacarla. Porque cuando vi que su brazo pasaba por encima de mi hombro para tomarla, sin pensarlo se lo agarré y lo inmovilicé. ¡Para que! Empezó a gritarme órdenes. ¡Suélteme, bisoño! ¡Esta loco bípedo! ¡No escucha la orden! A los segundos todos sus compañeros se arremolinaban alrededor mío, a los gritos. Yo no escuchaba nada. Solo apretaba su brazo. Por primera vez en dos años hacía lo que sentía.
No puedo negar que tenía algo de temor. Durante meses y meses, año tras año, se nos había inculcado obediencia ciega a la orden del superior.”El superior siempre tiene razón y más cuando no la tiene”

Como un reflejo tardío le solté el brazo. No fue por miedo, insisto. El cadete, de quien ahora ni me acuerdo ya el nombre pero si de su cara, se sintió libre y de nuevo, la arrogancia lo invadió. Me tomó el cuello del uniforme por la parte de atrás, justo debajo de mi nuca y me di cuenta que intentaba echarme el agua de la jarra en la espalda. Sus compañeros lo estaban mirando.
Esta vez tampoco lo pensé. Me tomé el cuello por delante y tire hacia abajo de tal modo que no tuviera lugar para derramar el agua. De nuevo el griterío, ordenes, contraordenes, insultos, golpes sobre la mesa. Los ojos desorbitados de mis compañeros y una especie de paralización del tiempo. Era como si todo a mi alrededor de pronto desapareciese, solo veía los gestos, las caras desencajadas de los milicos gritándome. Sus asquerosos alientos y la llovizna inmunda de sus salivas salpicando mi rostro. Al fin me di cuenta que obedeciendo podía burlar la intención del cadete .Me tiré al suelo del comedor y al ritmo del silbato salí por la puerta principal rumbo a este campito cubierto de rosetas.

Si, debe hacer como cuatro horas que estoy haciendo flexiones de brazos, trotando, arrastrándome al mando del engreído de turno. Algo me está pasando porque cada vez me cuesta mas levantarme del piso .Me estoy cansando. No yo, mi cuerpo. Me da bronca que los músculos no me obedezcan y mas que estos hijos de puta se den cuenta.
Me quedo unos segundos de más en el suelo. El aire no me entra en la cantidad necesaria. El corazón amenaza con salirse del pecho y su golpeteo hace rato no me deja entender bien lo que me dicen. No se si me parece, pero un leve resplandor alcanzo a ver en el horizonte antes de caer nuevamente. Debe estar amaneciendo

Me viene a la cabeza la última clase del profesor de judo. Esa vez se apartó de la monotonía de las prácticas de tomas y nos enseño tres formas de matar con el solo uso de las manos. Se me ha grabado a fuego una, la más sencilla. Solo se necesita usar correctamente el filo de la mano y dar en el lugar preciso. La muerte es instantánea, no hay sangre y tiene la gran ventaja de que ningún forense la puede detectar como echa por el hombre. Suele pasar como un golpe producido por una caída. Como lo que se hacen al caer por una escalera.

En este cuartel ningún edificio tiene ascensor. Y eso que son de tres pisos. Hay escaleras en todos lados.

Kilómetros y kilómetros de escaleras...




Juan José García Zalazar

lunes, 7 de diciembre de 2009

El viaje



El viaje

Esta camioneta tiene que haber estado cargada con bolsas de cal y de arena.Desde que subimos a la caja y a pesar de los pañuelos, no dejamos de respirar el polvillo blanco. Liliana tiene sus bellos ojos marrones enrojecidos por la arenisca. Estamos cruzando el desierto patagónico y eso nos llena de felicidad.

No recuerdo la cara de mi madre. Hago esfuerzos cuando me acuesto y cierro los ojos para que milagrosamente se aparezca en mi mente. Solo Dios sabe cuanto deseo verla. En el Hogar de Menores, nunca nadie me habló de ella. Solo una vieja cocinera me dijo una vez que era muy jovencita y que vivía en el campo cerca de Totoral. Que seguro que no había podido hacerse cargo de mí y por eso me entregó al juez. Pero por mas que le preguntase no me dijo mas nada. Yo quería conocer como era. Ella me respondía como al descuido: “como cualquier chica de esa edad”
Cuando cumplí los quince años me trasladaron a un instituto de menores de la capital. Ahí me mandaron a trabajar a una panadería. En las noches mientras amasaba, me imaginaba como sería ella ahora. Y si se acordaría de mí. Creo que fue entonces cuando me propuse encontrarla. Lo raro es que no me interesaba para nada saber algo de mi padre.
Un maestro averiguó en los expedientes que en realidad me había entregado mi abuela y que allí figuraba con domicilio en Río Gallegos. Empecé a juntar dinero porque pensé que si lograba encontrarla, ella me podría decir donde hallar a mi madre. Desde entonces durante el día y también en sueños, imaginaba el viaje y el encuentro.
Fue en esos días que conocí a Liliana. Ella también estaba en un instituto de menores a pocas cuadras del nuestro y el día de la primavera los docentes organizaron una fiesta.
La primera en entrar fue ella. A las otras ya ni las miré. Mis ojos, a pesar de mis esfuerzos, no se apartaban de los suyos. Aproveché que se encargó de repartir las gaseosas para mirarla de cerca. Cuando me dijo ¿querés? sentí que algo muy lindo me ocurría. Venciendo el temor a ser ignorado, me acerque. Comencé una conversación y no sé porque terminamos hablando de nuestros padres. Mejor dicho los de ella. Porque ella estaba internada por malos tratos de su padrastro. Me mostró unas cicatrices que tenía en las piernas, por las cadenas con que la ataban a la cama cuando era niña. No lo podía creer. Siempre había escuchado de mis compañeros las palizas que algunos debieron soportar, pero nunca imagine que a una niña también se la podía maltratar igual. Me vinieron unas ganas tremendas de conocer al padrastro y juro que si en ese momento lo hubiera visto, lo habría matado. Sin embargo Liliana le quitaba toda importancia y parecía mas interesada en conocer el proyecto de búsqueda del que le hablaba, que en tomar venganza.
La fiesta terminó y quedamos que le pediría a la Directora que me dejase ir a visitarla los jueves, como si fuera un pariente. Desde ese momento no deje de molestar a los docentes para que averiguaran que había pasado con el permiso. El miércoles llegó la buena noticia. Podía ir a verla.
Liliana trabajaba en una casa de familia en Avenida Maipú. Esa vez le mentí al Director. Dije que tenía que hacer un reemplazo a la tarde y la pasé a buscar. Nos fuimos al cine y luego a un café. Allí empezamos a planear la fuga. Porque sino teníamos que estar hasta la mayoría de edad para poder salir.
Al principio yo no estaba muy convencido de lo que le contaba, haciéndola partícipe de la aventura. Porque el viaje siempre lo había imaginado solo. Pero hubo algo que me decidió. Al cruzar la Maipú y como yo caminaba más rápido, me tomó de la remera de la parte de atrás y no sé porque, ese gesto me indicó, que Liliana sería mi compañera para todo en la vida.

El cartel dice: “Comodoro Rivadavia 360 kilómetros”o sea que falta un montón para Gallegos.
Liliana se ha dormido. Había sido de “fierro” la niña. Esa vez cuando le dije si se animaba hacer el viaje me contestó casi sin pensarlo: “y... tenés que probarme”.
Su cabeza esta apoyada sobre mi brazo. El negro cabello brilla alborotado por el viento y estoy pensando, que si no encuentro a mi abuela, ya no tiene tanta importancia.

El nuevo cartel dice: “Comodoro Rivadavia 350 kilómetros.”

Juan José García. Zalazar

domingo, 6 de diciembre de 2009

El cartel increíble


El cartel increíble


Quizás haya sido porque en ese lugar pasé los mejores momentos de mi niñez.
Un lugar bucólico. El campo de mi abuela.
Nosotros vivíamos, por razones de trabajo de mi viejo a mil cien kilómetros de aquí.
Todos los veranos emprendíamos la aventura de treparnos a un tren que recorría un tercio del territorio nacional. Rumbo a la suprema felicidad.
Esa, compuesta por desayunos bajo los talas, con pan casero, leche recién ordeñada con mate cocido, dulce de durazno criollo y manteca bien salada.
El ir a buscar los caballos al cerco para ensillar e irnos al potrerillo a cazar liebres.
Las pequeñas tareas encomendadas de acuerdo a nuestra edad. A la tardecita; buscar las ovejas al campo. Venir tras de ellas respirando el cálido olor de sus lanas, mezcladas con el polvillo en suspensión de sus pasos cansinos.
O traer agua desde el pozo en baldes, para regar el patio, asearnos, hacer la comida.
Comida criolla si la hay. Zapallo, papa, zapallito, zanahoria y grandes trozos de carne, a veces de cordero, todo en un gran guiso de aroma sin par.
Y la abuela que siempre lo acompañaba con enormes pedazos de pan criollo hecho al rescoldo.
Las siestas con el arrullo de las tortolitas, y ese calor que de tanto insistir nos hacían dormir aunque resistiéramos.
Si el paraíso debiera ser descripto por un niño, me lo hubieran preguntado a los ocho años, y la descripción hubiera sido perfecta. Porque lo viví a esa edad.
El tiempo pasó. Los viejos parientes ya no existen. El camino me trajo de regreso, cincuenta años mas tarde.
Por ello, esta mañana al pasar por el campo que fuera de mi abuela, vi un cartel de lo más común. Aunque este era increíble.
Decía: OPORTUNIDAD 17 HAS. EN VENTA –INMOBILIARIA BRUNO Y CIA... y no pude leer más.
Porque el agua de que están hechas las lágrimas es opaca, a través de ellas todo es borroso.

Juan José García Zalazar

NOSTALGIAS


Y UNO SIENTE NOSTALGIAS
DE PUERTOS
DE MERCADOS OLOROSOS
DE CALLES EMPEDRADAS
DE DIAS DE FRIO
Y DE DIAS DE LLUVIA
Y DE TOMAR CHOCOLATE
Y DIVIDIR UN PAN

Y SIENTE AÑORANZAS
DE ROSES DE CUERPOS
Y DE PERFUMES
DE CAMA COMPARTIDA
DE SUEÑOS COMPARTIDOS
DE NOCHES TARDÍAS
Y AMANECERES FUGACES

Y TIENE RECUERDOS
DE FUNCIONES DE CINE
Y APLAUSOS EN TEATROS
Y CAMINATAS PORQUE SI
Y MIRADAS INTENSAS
Y SUEÑA
Y TE SUEÑO
Y TE EXTRAÑO

Y UNO ACARICIA EXTRAÑEZAS
LEE VIEJOS PAPELES
MIRA AÑOSOS CUADROS
RECUERDA DULCES FRASES
COMIDA COMPARTIDAS
Y CAFES Y CIGARROS
PULLOVERES PRESTADOS
Y DISCOS REGALADOS

Y UNO VIVE
Y UNO MUERE

Y UNO SUFRE
Y UNO ANSÍA

Y UNO QUIERE

Y A VECES, A VECES
TAMBIÉN,
UNO ES QUERIDO.


Juan José García Zalazar

miércoles, 28 de octubre de 2009

Loló


El perrazo debía pesar al menos ochenta kilos. Costaba pensar que alguna vez hubiera sido un cachorro.
Lo conocí cuando ya era el de guardián de un aserradero y fábrica de muebles. Estaba eternamente atado a una gran cadena, que se deslizaba por un alambre a lo largo del predio. La bestia de color negro, y poseedora de una tremenda cabeza, daba terror de solo verla.
Se llamaba Dragón.
Los operarios, lo mas que se le acercaban, era a unos seis metros y solo lo hacían los más corajudos. En esas ocasiones el animal se enfurecía, se paraba en dos patas y mostraba una impresionante hilera de dientes entre babas, ladridos y roncas aspiraciones. Trataba de soltarse y despedazar al que osaba acercarse a sus dominios.
Contaban, que de pequeño, se lo había maltratado para que fuera un buen guardián. Durante meses, un hombre saltaba la tapia, lo apaleaba y luego huía. Ese fue su entrenamiento. El odio del animal era infinito.
Loló, la criada del dueño de la fábrica, que vivía en la misma cuadra, se encargaba de atenderlo. A todas luces era una persona simple. “Tontona”, decía mi madre.
La habían traído del campo desde muy pequeña, vaya a saber de que lugar del monte. Lo más probable, es que hubiera sido dada por sus padres como una cosa más, para que escapase de la pobreza.
Ahora con el tiempo, me doy cuenta que la pobre joven estaba reducida a la servidumbre.
Siempre la vi con los mismos vestidos. Uno color marrón y otro floreado en gris y blanco. Parecía que ha medida que crecía, los vestidos crecían con ella. Los pies descalzos nunca conocieron un par de zapatillas.
No sé porque, yo le tenía miedo. Quizás fuera la sonrisa inexpresiva instalada en su rostro.
Nunca me habló, en realidad nunca la vi hablar con nadie.
Loló, después del mediodía, llevaba la comida al perro, en una lata de dulce de batata.
Yo solía espiar el milagro que se producía. Dragón la veía y se transformaba. Bajaba las orejas, se agachaba, movía alegremente la cola y juro, que sonreía.
Loló le hablaba con dulzura. Y la terrible fiera, por extraña metamorfosis, se convertía en inofensivo cachorro.
La joven lo abrazaba y arrullaba como si fuera un bebé, y entonces, el animal la acariciaba con su inmensa cabeza.

En una ocasión vi que Loló tenía unas marcas en las piernas .Unas tiras rojas de unos dos centímetros de ancho. Otra vez, unas marcas moradas verdosas alrededor de un ojo.
Me enteré, por mi madre, que era golpeada por sus patrones. Incluso por cosas nimias, como romper un vaso o comer una fruta.
Supe que los dientes que le faltaban no habían sido por problemas de caries sin tratar, sino resultado de terribles golpizas. Era maltratada desde pequeña, desde que la trajeron.

Esta mañana, Dragón no estaba atado en la fábrica.
En la cuadra un gran alboroto de vecinos y el ulular de las sirenas policiales me despertaron.
Salí a la calle. Vi justo cuando a Loló, la sacaban de la casa de sus “dueños”, con las manos atadas. Me miró con profunda tristeza. Ya no sonreía. Al contrario, la carita estaba mojada por las lágrimas. Sentí que su sufrimiento, me estremecía.
Vi también como arrastraban a Dragón, muerto de varios balazos, por el pasillo de la casa y lo metían en una bolsa de arpillera.
La ambulancia llevaba el cuerpo sin vida de su amo. Una profunda dentellada en la garganta le había quitado la vida.
Y comprendí, que los dos huérfanos, habían decidido ese día, terminar con tanto dolor.

Juan José García Zalazar

sábado, 24 de octubre de 2009

La noticia


La Noticia

En los años setenta, compartir un departamentito de dos dormitorios entre cinco estudiantes, era normal.
Comíamos en el comedor estudiantil y el transporte era básicamente “a pata”.
La casa antiquísima, había sido seccionada en tres partes; dando así nacimiento a tres departamentos similares. Cocina en un extremo, baño en el otro y dos dormitorios en el medio. Agua fría, calefón eléctrico y luz. Alquiler barato. Por lo que todo estaba bajo control.
Excepto los crudos días de invierno. En los primero días de Mayo llegaron los fríos. El frió llegó a torturarnos La reunión por el problema no se hizo esperar y la solución tampoco.
Ricardo, el santiagueño, había observado que paredón de por medio estaba una casona abandonada. Según sus averiguaciones por lo menos hacía diez años nadie la habitaba. Contó además una historia terrible sobre la misma.
Según dijo, la casa perteneció a una familia descendiente de árabes de mucho dinero. Dijo que si nos animábamos, en la noche podíamos entrar, porque seguro que encontraríamos las estufas que tanta falta nos hacían. En lo ético explicó, no sería un robo. Dijo que el hombre creaba elementos para mitigar sus sufrimientos. Estos se desnaturalizaban si no eran utilizados. Luego justo era, que nosotros, hombres con frío, nos apropiáramos de ellos.
Llegado el momento de declararnos voluntarios, solo tres lo hicimos. Los demás objetaron razones de conciencia.

Munidos de una linterna de amarillenta luz, nos descolgamos por la tapia lindera. Nunca los sonidos los sentimos tan fuertes. Hasta los más mínimos ruidos sonaban con gran estrépito. Al menos eso nos parecía. El murmullo con el que nos comunicábamos era ahogado por los latidos del corazón. Llegamos a través de un patio, a una puerta un tanto desvencijada. Pero había que abrirla. La empujamos, una vez, dos veces, a la tercera se abrió con un estampido que resonó por toda la provincia. Nos quedamos helados.
Pero la voz de Ricardo rompió el témpano transitorio.-¡Entremos!
Y así lo hicimos.
Di un paso y desaparecí en las profundidades de un sótano que habían dejado con la trampa abierta. Probablemente por precaución. Caí sobre un sofá, envuelto en una nube de polvo. Auxiliado por los cómplices, salí y comenzamos a recorrer la casa.
Lo primero que vimos fue el comedor. En la mesa, cinco platos, con restos negruzcos de vaya a saber que apetitosos alimentos.
Los cubiertos dejados en posición de haber sido usados. La panera, con trozos aun reconocibles de pan francés. Tres copas volcadas y las manchas en el mantel de hilo. Las otras dos, deberían haber tenido agua. Se encontraban derechas y solo con un manto de polvillo. Dos sillas caídas. Las otras tres muy retiradas de la mesa. Toda la escena daba la impresión de que algo había sucedido.
Como sino hubieran transcurrido, no mas de un par de horas.

Ricardo, tomó de allí una pesada estufa de kerosén de las conocidas como “de goteo”y la llevó al patio. Luego pasamos a un dormitorio. Allí todo estaba revuelto.
Un ropero con un par de cajones abiertos con ropa colgando. La cama matrimonial con más prendas sobre ella. Un bolso a medio llenar. Todo cubierto de tierra y finas telas de arañas que ya llegaban a la mitad de la estancia.

Otro dormitorio. Indudablemente, este era para dos niños. Así lo delataban las dos camitas revueltas y algunas prendas esparcidas por el suelo. Amén de unas zapatillas del mismo pie que se encontraban sobre una cómoda. Eran de dos varoncitos. Por los camiones y otros juguetes que allí se veían. En el pasillo, Eduardo encontró una estufa de gas. De aquellas que llevan dentro una garrafa de diez kilos y también la llevó al patio.

Ya no aguanté más y les dije que nos fuéramos. Me sentía invadido por una gran tristeza. Un terrible presentimiento. Esta angustia se agigantó cuando vi colgando el tubo de un viejo teléfono que reposaba sobre una mesita de cedro.
La terrible noticia, a pesar del tiempo, parecía recién recibida.

Juan José García Zalazar

domingo, 18 de octubre de 2009

-SEGURO QUE EVITA ME VA A VER-


Seguro que Evita me va a ver.


Día Uno

Seguro que Evita me va a ver. Anoche lo soñé y es la segunda vez que me pasa. Era tan real su sonrisa. Eso es lo que más me atrae. Y sus cabellos rubios.
A la patrona, al principio, no le gustaba nada. Decía que eso de darles a los pobres, los hace más vagos. Pero, bueno, ya sabemos como es ella. Parece que ahora ya le simpatiza más y cuando se enteró que iba a pasar por el pueblo, lo primero que hizo fue preguntarme si quería ir. Por supuesto, le contesté.
El tren pasa dentro de dos días, el miércoles. Ya averigüé que va a parar en la estación quince minutos. Evita se va asomar por una ventanilla. La gente dice que atiende a todos los que se le llegan y sino hay que preparar una cartita. Tiene unas empleadas que se encargan de recogerlas y luego ella, en Buenos Aires, las lee.
Mi sueño es que me dé una máquina de coser. La mami ya sabe coser y ella me puede enseñar. Máquina hasta ahora no tenemos, pero yo la voy a conseguir.
A la tarde del día anterior me voy a ir a la estación. Voy a dormir ahí. Me va acompañar la María, mi mejor amiga. Van a decir que estoy loca pero no me importa. Es lo que dicen de todos los que hacen algo distinto a lo que ellos creen que esta bien.
Cuando tenga la máquina y pueda empezar a coser para afuera, dejo de limpiarle la casa y lavarle a la señora. Y así voy a poder comprar ese par de zapatos charolados que tanto le gustan a mamá. En una de esas puedo ir a la escuela profesional de mujeres, porque funciona a la noche. Me voy a dar maña para todo
El Lucho dice que Evita hace milagros, pero todos saben que siempre ha sido un exagerado, además él desde que yo sé, es peronista, aunque él diga que quiere un poco de justicia, nada mas.
El cura, que desde el año pasado anda un poco envidioso, porque cuando vino el General al pueblo vecino, aquí no quedo nadie, no se cansa de decir que solo hay que adorar a Cristo y que es pecado de idolatría seguir a cualquier ser humano, por importante que sea. No dice que sea Perón, pero todos sabemos.
Yo, en el fondo de mi corazón, si me parece que Evita hace milagros. Pero milagros humanos, no de los otros. Bueno... ¡Yo me entiendo!

Día Dos

Mañana a las nueve llega el tren. María no me falló y aquí estamos sentadas en el banco justo enfrente adonde va a parar. Trajimos el mate y un par de frazadas aunque aquí en marzo no hace frío. A mamá no le dije nada porque quiero darle la sorpresa. Le dije que me quedaba a dormir en lo de mi amiga.
¡Cuándo sepa que la vi a Evita...!
Estuve pensado que la máquina la voy a poner en mi dormitorio, porque cuando tenga mucho trabajo me va a tocar coser de noche y así no molesto a nadie con el ruido.
Con la primera plata que gane, además de los zapatos para mamá, voy a ver si me alcanza para una entrega al ruso Cohen por la radio para mi viejo. ¡No lo va a poder creer! Mis hermanas van a tener que esperar un poco, pero ya sé que les voy a regalar a cada una.
María dice que ella le va a decir a Evita que le preste una máquina de escribir y que ella se la va a pagar de a poco. No importa que este usada. Ella limpia en el diario del pueblo y ve como Josef, el dueño, no se da abasto para sacarlo en tiempo. Sabe que si ella se ofrece a pasar los artículos el director va aceptar de mil amores. El pobre lo hace todo. Hasta piensa que si se pone, puede llegar a ser una buena periodista.
Desde mañana toda va ser distinto.

Día Tres

Aunque no crean, estoy despierta desde las cinco. No pude dormir más. Y todavía faltan cuatro horas para que llegue el tren. Lo que nunca esperé es que a esta hora haya tanta gente. Han venido desde pueblos vecinos también. Los primeros lo hicieron a la una de la mañana y desde entonces no terminan de llegar.
A María le he dicho que tratemos de estar lo mas cerca posible del andén. Somos un poco petizas y si nos descuidamos vamos a perder el lugar.
Ahora llegó la policía. Han hecho una especie de cordón y no nos dejan acercar a la orilla. Pero no importa, de donde estamos, vamos a llegar a ella sin problema.
Ya son las ocho y el gentío es realmente impresionante. Es una verdadera lucha mantenernos en el lugar. Deberíamos haber venido con nuestros amigos porque hay algunos grandotes que nos empujan y por ahí nos corren del sitio. Aunque nosotras resistimos y haciendo contorsiones nos escabullimos por debajo de ellos.
Esto se esta transformando en un combate por mantener las posiciones.
Y ya se divisa el humo de la locomotora. Va a llegar justo a tiempo.
Bastó que se sintiese el pitido del tren para que la gente empujase violentamente y nos corriese hacia atrás como cinco metros. Y ya no podemos volver. Nadie hace caso a nuestros ruegos.
El vagón presidencial, como lo pensamos, quedo frente a nosotras y podemos ver a Evita asomándose por la ventanilla. Habla con todos los que llegan. Gritamos que se alejen y dejen lugar para los demás. Lo suplicamos, pero nadie hace caso.
María haciendo alarde de coraje empieza a los codazos a abrirse paso. Pierde un zapato, pero nada importa. Va a llegar hasta Evita.El coche empieza a moverse. María lleva también mi carta. La veo como avanza. Llega hasta el tren que ya toma velocidad y alcanza a estirar su mano con el papel a una de las secretarias.
La gente en la desesperación por acompañar el vagón, hace caer a mi amiga. Alcanzo a ver como las hojas son tiradas contra la formación y el viento estúpidamente las expulsa hacia el costado.
María, con la cara mojada por las lágrimas y el sudor del esfuerzo, casi en un ruego me dice: -¡Perdoname, no me vio, ni siquiera me miró!
Después nos abrazamos y estuvimos solas en el mundo como nunca nadie lo estuvo antes.
Mientras tanto el tren, envuelto en una nube de humo, se perdía lentamente a lo lejos.


Juan José García Zalazar.

viernes, 9 de octubre de 2009

Canción de cuna toba



A propósito de la invasión española de 1492.
30 millones de aborígenes fueron exterminados por el invasor en cinco siglos y siguen...

Esta es la letra en castellano de la canción de cuna:

Dormi, dormi hijito dormí
Dormi dormi
Porque tu papa se fue a mariscar
Se fue a buscar miel de abeja
Para nosotros

Dormi, dormi hijito dormí
Porque yo quiero hacer
mi trabajo
Tengo que tejer la red para cazar los pescados
a tu papá

domingo, 4 de octubre de 2009

El vigía

El Vigía

El vetusto buque de guerra surcaba las aguas del Atlántico en alta mar. A unas 300 millas náuticas al este de Mar del Plata. El último destino de la fragata era el de servir para la instrucción de los cadetes antes de ser radiada. Porque la pobre, seguro que ni siquiera iba a ser desmantelada.
La cofa (el puesto de vigía y señales) se encontraba sobre el palo mayor, a unos doce metros sobre la cubierta principal. Siempre me pregunté para que se cubría ese puesto, en la era de las comunicaciones electrónicas. El vigía que allí apostaban, tenía como única misión avisar por el tubo acúfono al puente cuando avistara aviones o embarcaciones a trabes de sus prismáticos. Objetivo que era cubierto ampliamente por el radar.
El lugar era un estrecho círculo de un metro y medio de diámetro, ocupado parcialmente por unos cajones, donde se amontonaban las banderolas de señales. Cada tanto y si el tiempo lo permitía, algún trasnochado oficial ordenaba enviar ridículos mensajes a la otra nave, con la que viajábamos en formación. Para eso usábamos las banderolas. Los mensajes eran del siguiente tipo”: ¿Tiene Ud. viento a babor?”¡Ni que hablar de las respuestas. !
Las guardias eran de cuatro horas. Estas se reducían a dos cuando viajábamos más hacia el sur, por las bajas temperaturas. Aunque siempre en esos puestos a la intemperie, deberían ser de dos horas. El frío era cruel igual, cinco grados sobre o bajo cero. En este invierno de mis dieciocho años, quizás por recordar el tibio sol de mi lejana Córdoba, sentía al viento helado como nunca. Puse unas cuantas banderas sobre el asiento de hierro y me envolví las piernas con otras tantas. A pesar de la prohibición, tenía puestas tres pares de medias y me recubría la cabeza con una tira de trapo de lana que robé del cuarto de máquinas. Casi no tenía lugar para el casco.
El barómetro bajaba con rapidez, señal inequívoca de que se acercaba una fuerte tormenta. Las manos a pesar de los guantes, no las sentía. Cada media hora tenía que sacarlas del bolsillo del gabán para asomar el anemómetro y tomar la velocidad del viento. Otra de las tareas sin sentido. El viento ya era de 70km/h y con fuertes ráfagas. El mar cada vez se ponía más amenazante. Las olas de a poco habían ido desapareciendo para irse transformando en verdaderas lomadas de agua. Al mirar hacia abajo me di cuenta que habían dado la orden de cerrar todos los tambuchos y respiraderos. Estábamos a la puerta de un temporal.
Todas las guardias de superficie se habían levantado, excepto, la mía. Indudablemente el contramaestre, se olvidó de mí. Al poco tiempo, estábamos rodeados de verdaderas montañas de agua. Como casi no me podía mantener en pie, me até con unas sogas en cruz a los bordes de los cajones metálicos. El mar rompía contra la proa y barría con furia la cubierta principal. Al mirar a popa, vi a la fragata que nos acompañaba, como desaparecía tras un cerro de agua y al rato nuevamente aparecer. Era como si cabalgase sobre el lomo de una gran bestia marina. Pensé que lo mismo nos estaba pasando a nosotros. Tenía miedo. Llovía a cántaros. Los rayos caían a nuestro alrededor y yo no hacia más que mirar el pararrayos que se encontraba montado sobre el radar. Estaba a escasos seis metros de donde me hallaba.
Escuchaba extraños ruidos que venían del interior del buque. Algunos los podía identificar. La caída de las fuentes de comida, el rodar de los tambores que se habrían soltado en los sollados. Otros eran quejidos, mas profundos, torceduras, retorcijones, estiramientos del cuerpo mismo del barco. El buque sufría, se quejaba.
Yo lloraba y decía: -¡Quién me mandó a meterme en esto!
El cabeceo y el rolido del navío, eran cada vez más pronunciados. Sabía que lo más peligroso es el cabeceo. Hay un ángulo en todo barco que si se llega a dar, no se recupera y en vez de trepar sobre el agua, se sigue camino a las profundidades. Y el cabeceo era cada vez más agudo. Nunca antes me había sentido tan pequeño, tan endeble y con tanto miedo. Si seguíamos con el mismo rumbo haciendo frente a semejante temporal, hasta el menos avezado se daba cuenta que el resultado era el naufragio.
Afortunadamente, una interminable hora más tarde, observe que la otra fragata comenzaba la maniobra de “caer a estribor” para poner la popa a la tormenta. Lo mismo hicimos segundos después. Entonces, al dar la espalda al vendaval, todo tendió a normalizarse.
Dos horas mas tarde nada hacia imaginar que allí había estado el Infierno. El sol brillaba, el mar estaba tranquilo, el cielo sin una nube.
El contramaestre fue el primero en salir a cubierta a evaluar los daños y el primero en mirar hacia arriba y verme. Yo desde allí, vi una boca con la forma de una gigantesca “O”, acompañada con dos ojos desorbitados. Casi de inmediato dos suboficiales con frazadas llegaron a rescatarme.
Estuve tres días en Enfermería, dándome la gran vida. No tenía nada. Pero no me daban de alta. Me la dieron cuando llegamos a Brasil.


Al bajar en Porto Alegre de franco con mis compañeros y darme vuelta para saludar a los que ese día quedaban de guardia, vi que todos los oficiales estaban en cubierta. Sus caras largas lo decían todo. Mientras estuvimos en Brasil, no pudieron bajar del barco. Estaban todos arrestados por orden del Comandante.


Juan josé García Zalazar

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Detalles


Detalles

En el ejército aprendí buena parte de lo que conozco. Lo demás es producto de la experiencia. No al vicio hace veinticinco años que laburo en esto. Es un trabajo de rutina.
Uno aprende a ser rutinario. Además hay que ser curioso y detallista. La rutina y el detalle han hecho de mí un tipo exitoso. Nunca me faltó trabajo ni aún en las peores épocas. Los colegas opinan que mi característica (y que me hace distinto al resto) es precisamente el detalle. Esa manía que tengo de fijarme en cosas que a los demás se les pasa por alto .Gracias a eso, ya son varias las ocasiones en que he podido salir airoso a pesar que todo presagiaba que me encontraría con un fracaso.
Como la vez aquella que tenía que hacer un trabajo y observé que el guardaespaldas de mi objetivo iba al baño una vez por hora. Me enteré que no podía aguantar mucho tiempo sin ir a orinar. Su patrón se quedaba sin protección durante cinco minutos. Era lo que me hacía falta para poder operar con total tranquilidad.La cosa hubiera sido distinta estando presente su custodio que todos sabíamos que era de lo mejor que había en plaza. Cinco minutos en el baño, todo un detalle.
Quizás por eso del detalle, que arrastro desde chiquito, fue lo que pasó.
Este laburo era un poco distinto a los demás. Debía operar sobre una joven contratado por otra mujer.
El acuerdo se realizó por teléfono en un principio y solo vi a mi clienta en ocasión de recibir el cincuenta por ciento del pago convenido. Ya para entonces tenia toda la información necesaria. Creo que ya dije que a pesar de lo rutinario que he llegado a ser, no dejo de realizar mi trabajo con la seriedad que me caracteriza. El día que me de cuenta que estoy perdiendo el amor por esto, abandono y me voy a vivir en la casita que tengo en el campo.
A decir verdad, ya había algunos indicios que me indicaban que estaba perdiendo profesionalidad.
Cada vez que tengo un cliente trato de tener una apreciación cercana de la persona sobre la que debo actuar. Esta chica tenía escasos treinta años. Trabajaba en el bar de un hotel cinco estrellas como camarera. Fui a tomar un café para verla de cerca. Era realmente bonita, y muy simpática. Tanto me gustó que fui un par de veces más a tomar algo y leer el diario. Solo para verla. Me dio un poco de pena que fuera el objeto de mi trabajo. Me parece que me estoy poniendo blando y eso es peligroso en estos menesteres
Pero hice mi trabajo. Tampoco se trata de tirar por la borda una carrera de veinticinco años y el prestigio adquirido. De esto vivo yo y todo lo que tengo es fruto de mi esfuerzo.
Y nuevamente el detalle. La señorita tenía en uno de sus ojos azules una manchita celeste. Puedo decir de que ojo era. El derecho. Las pocas veces que la vi estaba perfectamente arreglada con un maquillaje tan suave que parecía natural y el cabello impecable. ¡Ah! olvidaba decir que una de las cosas en que me fijo, es si la gente tiene el cabello limpio.
Cuando terminé con el encargo y fui a retirar el resto del dinero, mi empleadora me hizo pasar al comedor principal. Tomé asiento y la miré cuando se iba a buscar el dinero (sentía la tibieza del arma en el bolsillo) Tenía puestas unas chinelas raídas y cubría su cuerpo con una salida de baño vieja con manchas en el pecho. Todos detalles que de algún modo hizo que tomase la determinación. Porque cuando trajo la plata y se puso a contarla delante de mí y a escasos centímetros, pude ver, casi diría oler, la suciedad de su pelo grasoso.
Fue mas fuerte que yo .Saque la pistola y le pegué cinco tiros. Los cinco balazos se los di en la cabeza formando una flor casi perfecta.

Hasta en eso cuido los detalles.

Juan José García Zalazar

lunes, 21 de septiembre de 2009

" Encuentro" Aguafuerte aguatinta Juan José García Zalazar-2009


LENTAMENTE.
DESPACIOSAMENTE.
SIN DECIR NADA.
SOLO MIRARME
SOLO LLEGAR Y SOLO SENTARTE.

SIGILOSAMENTE
EN TOTAL MUTISMO
TRAYENDO EL SILENCIO
ACOMPAÑANDO LA PAUSA
ALGÚN SUSPIRO

CON TERNURA
Y PREGUNTAS
CON SONRISAS
Y EMBELESOS
Y TIBIEZAS.

CANCINAMENTE
IRREMEDIABLEMENTE
PERSEVERANTEMENTE
ME INVADISTE
ME OCUPASTE
TE INVADÍ
TE OCUPÉ
ME AMASTE
Y TE AME.



.Juan José García Zalazar

sábado, 19 de septiembre de 2009

Yo vengo del mar.


Navío nocturno (xilografía)
Yo vengo del mar


Yo vengo del mar.
De la costa de arena y caracolas.
Del olor salobre del aire
y el arrullo de las olas.

Vengo de los barcos y las tormentas.
Del rayo avieso y del trueno.
De los médanos y caldenes,
de los fríos y los vientos.

Yo vengo del mar.
Yo vengo de lejos.

De las miradas mansas de las ovejas,
y de las tibias lanas del invierno.
De los caminos escarchados
y las mañanas con nieblas.

De los cielos con lloviznas,
de los grises y los azules.
De gaviotas y petreles,
de albatros y de peces.

Yo vengo de lejos.

Yo vengo del mar.

Yo vengo del sur

.





.Juan José García Zalazar

domingo, 13 de septiembre de 2009

El soldado


El soldado


A nuestros queridos hermanos que quedaron
en el sur.

Este silencio también da miedo.
Solo escucho, cada tanto, el sordo bramido de algún cañonazo. ¿O será que esta por llover? Desde que estamos en estas islas a llovido todos los días. Salvo ese sábado que nos dimos el gusto de jugar al fútbol con una pelota de trapo como hacíamos en Tucumán. ¡Les ganamos tres a dos a los infantes!
Hace ya bastante tiempo que nos trajeron en un gran avión y en cuanto bajamos, un oficial nos gritó que estábamos para defender a la patria y que el enemigo venía a nuestro encuentro. Desde entonces empezamos a esperar el combate. Todo el tiempo imaginando como sería y que haríamos.
Hasta esta mañana en que de golpe se desató el infierno. Los cañonazos primero, después los helicópteros ametrallando y tirando misiles. Todo fue repentino, el fuego, el ruido, el humo. Nosotros alcanzamos a tirar un par de salvas, antes que el cielo se volviera negro y el estruendo nos ensordeciera. Pude ver como los extraños soldados se dirigían a nuestras posiciones. Tirando con sus fusiles, siempre tirando. El enemigo parecía más alto, mas seguro, la tropa avanzaba con decisión. Casi al trote. Eso fue lo que más me impresionó. Suponíamos que tendrían que tener miedo porque sabrían que los estábamos esperando, listos para arrasarlos. Sin embargo parecía que no se daban cuenta. El miedo lo teníamos nosotros. Y nos pasaron por arriba.
Debe haber sido allí cuando me dormí. Es raro que me haya dormido.
Ahora deben estar lejos a mis espaldas. Mis compañeros se han ido. De mí ni se dieron cuenta, seguro que por el apuro.
Cuando miro la enorme herida que me dejó la granada, no me explico como es que no duele. Siempre imagine que sería insoportable un dolor semejante.
Como esa vez cuando al ir a buscar el moro al potrero me enganche con el alambre de púas en la espalda. Mi papá se dio cuenta de inmediato y no se como hizo, pero me desenganchó en un santiamén. Si me viera ahora, seguro que algo haría para curarme.
Como hacía mi mamá, cuando no podía respirar bien, me frotaba una pomada en el pecho y me adormecía escuchando el trique-trac de la máquina de coser. Parecido al tableteo de esa metralleta que se escucha para el lado del cerro.
Ese cerro no es tan verde como el Yerbabuena, allá en mi casa. Allí solíamos llevar las ovejas por un caminito que solo nosotros conocíamos. Ser pastor es un poco duro en el invierno con los fríos y las nevadas.
A mi hermano no le gustaba el frío. A mi sí. Me ponía melancólico y se me daba por escribir en el cuaderno de la escuela algunos versos para Cecilia.Eran de amor, pero solo yo los leía.
Este frío es distinto.
Al principio nos atravesaba el gabán, el blusón y la camiseta como si nada. El oficial nos decía que éramos unos cagones porque veníamos del norte. Después un porteño nos avivó y empezamos a ponernos diarios bajo la blusa y también en los borcegos. Algo mejoró. Solo la lluvia no perdonaba. A veces podíamos meternos bajo las lonas de la cobertura del cañón de 105, cuando el cabo se descuidaba y no la pasábamos tan mal. Pero este frío es distinto. Este nos muerde las carnes.
Parece que acá también sopla el viento caliente del norte. Porque en realidad, ya no tengo tanto frío. Las manos que me dolían, las siento ahora tibiecitas, como cuando mi hermano me pasaba el ladrillo caliente envuelto en trapo.

-¡Piru, Piru!... ¿Dónde estás?

¡Ese es mi hermano! ¡Ahora lo escuché clarito! Ya me parecía que me llamaba y sabía que era él, porque solo él me dice Piru. Desde el día que nos cambiamos los nombres. Yo le decía Lulo pero se llamaba Roberto y él me puso Piru.
¡Otra vez me llamó! Es muy extraño. El Lulo, pobrecito, murió hace mas de tres años y además... que va a estar haciendo aquí.

Me estoy sintiendo mejor. Debe ser por la frazada nueva que me puso la mami. La tejió en el telar. Como estoy un poco engripado me dejaron que me quede en la cama y falte a la escuela. Mamá ya me va a traer el té con azúcar quemada. Eso me hace bien.

¡Otra vez el Lulo! ¿Para que me llama si sabe que no puedo salir a jugar? Mi papi, en cuanto lo sienta lo va a retar. Estoy cansado y no tengo ganas de hacer nada, pero estoy bien.
Voy a dormir un poco, para que mañana este mejor y pueda ir a la escuela. No es que me guste la escuela. Voy porque también va Cecilia y ella sí que me gusta. Me voy a dormir pensando en ella y también en la mami que me dijo que iba a hacer milanesas, mi comida preferida. Siempre que estoy enfermo me da con todos los gustos.
Cuando me despierte seguro que va a estar a mi lado.A ella le gusta mirarme cuando duermo.


Juan José García Zalazar

jueves, 10 de septiembre de 2009

Un milagro



Un milagro



Don Ernesto siempre decía que cuando llegó de España lo hizo con una mano adelante y otra atrás. Que todo se lo debía a esta bendita tierra. Había podido criar a sus hijos y darles una educación que su patria se la hubiese negado
Uno cuando lo escuchaba no entendía del todo. Porque Don Ernesto, si de bienes materiales se trataba, solo tenía un carro y un pobre matungo al que se le podían contar las costillas.
Vivía en un rancho, bastante amplio porque fue uno de los fundadores de la villa. En ese tiempo el terreno estaba prácticamente vacío. Lo de la educación era muy cierto, las chinitas y los muchachos habían salido bastantes aplicados y todos terminaron el secundario. Incluso la mayor estaba en al facultad. Pero hasta ahí llegaban los progresos. Si no fuera por los planes sociales del gobierno lo estaría pasando bastante mal. Él solo sabía sembrar la tierra como lo habían hecho durante siglos sus antepasados en España, en las comarcas áridas del valle del Tera. En esta ciudad querer sembrar algo era una quimera.
Todo el mundo lo quería. No se lamentaba de nada y daba gracias por lo que tenía y por lo que iba a tener. Era un optimista nato.
Este año se le había dado por las poesías. En las conversaciones con los vecinos se las ingeniaba para de algún modo mechar, cada tanto, un par de rimas. En la villa se usaba recitar poesías gauchescas. Pero esto de hablar de las flores, los sentimientos, los amores y las ausencias y de estar viendo cosas donde no las había, era bastante equívoco.
Ernesto últimamente decía que las cosas tenían vida y que hablaban, solo había que estar atento para oír lo que decían.
Un día un vecino le dijo que se tenía que dejar de hablar macanas y ocuparse mas de sus cosas. Por ejemplo, del carro, que se le estaba viniendo abajo por falta de mantenimiento. Ernesto le contestó que estaba por pintarlo, cuando las maderas le dijeron que no lo hiciera, porque le estaban preparando una sorpresa para el próximo mes de septiembre. Apenas faltaban unos veinte días.
Fue este vecino el que hizo correr la noticia que Don Ernesto estaba loco y que había que hacer algo. La prueba evidente de la insania fue que el carruaje fue abandonado en un recoveco del caserío en un lugar húmedo, debajo de una frondosa morera.
Don Ernesto explicó una sola vez que ese era el lugar donde el carro le había pedido que lo dejara y anunció que el milagro estaba cerca.
Una comisión de vecinos se acerco hasta el dispensario en busca de la ayuda profesional de una psiquiatra para el pobre hombre. La médica les dio turno para que lo trajeran el veintiuno de Septiembre, y unas pastillas para que fuera tomando.
Llegó el día y en vez de traer al paciente los vecinos le pidieron azorados que los acompañara hasta el domicilio del viejo, para que viese lo que había ocurrido. La médica se preparó para lo peor.
Grande fue la sorpresa cuando vio que el carro era una explosión de colores. De las tablas habían brotado infinidad de ramas y flores. Incluso un par de pititorras buscaban nerviosas entre las hojas un buen lugar para hacer el nido.
Parecía una de esas carrozas que hacen los estudiantes para celebrar el día de la primavera.
La doctora muda como una piedra no creía lo que veía.
Don Ernesto apoyado sobre las varas del carro sonreía con picardía, sin revancha, pero haciendo ver que él no mentía cuando hablaba del milagro
Él nunca mentía, a veces, fantaseaba un poco.

Juan José García Zalazar

viernes, 4 de septiembre de 2009

Helder


"Si doy de comer a los pobres, soy un santo.
Si pregunto porque hay pobres, soy un comunista"

Obispo Helder Camara(impulsor de la opción
preferencial por los pobres)

jueves, 3 de septiembre de 2009

Antonio,el cura


Antonio, el cura

Quien hubiera conocido la historia de Antonio se hubiera cuidado mucho de hablar de él.
Había nacido en un pueblito de España, Santibáñez de Tera, en medio de una pobreza que espantaba. Sus otros diez hermanos mayores comenzaron a trabajar casi antes de hablar Su padre, un hombre muy sufrido y para colmo de ideas comunistas, hacía de su trabajo un culto. Nunca se empleó ni tomó empleado, porque decía, que ese era el principio del capitalismo. “A la gente se le paga, siempre, menos de lo que produce.”
El tipo se las traía.
De sus hijos solo uno, Antonio, compartía sus ideas. Sin embargo, por esas cosas extrañas de la vida, también era el sobrino preferido de su tío, el cura. Él le enseñó a leer y escribir.

Y llegó la tan temida guerra. Españoles contra españoles. Franquistas de un lado y republicanos por el otro. Jamás se habían visto mayores atrocidades en el suelo español. Antonio, no lo pensó dos veces y se anotó como voluntario en el ejército de la República Y partió al frente de batalla.
Allí conoció a Graciela, una argentina que llegó con las Brigadas Internacionales. Al poco tiempo se enteró que su padre había sido ajusticiado en su lejano pueblo. Un par de meses antes de que Franco ganase la guerra, Antonio fue licenciado.
El oficial a cargo del batallón les dijo que era de esperar que se viniesen los fusilamientos en masa de los soldados vencidos. Por eso se puso en contacto con su tío religioso para proteger su vida y la de su compañera. Eran épocas muy peligrosas. Si embargo el sacerdote se las ingenió para protegerlos. Conocedor del sentir de los españoles, puso en práctica una idea que sería la salvadora.
Antonio debía transformarse en cura. Precisamente él, que era conocido en su pueblo como comunista y como mujeriego. Pero los tiempos urgían El tío los ocultó en la casa parroquial y se dedicó a enseñarle la liturgia católica. Después, fabricarles documentación falsa, fue relativamente fácil. Un poco mas complicado fue sacarlos del país. Pero ambos llegaron, por fin a Buenos Aires, en viajes distintos.
El arzobispo, ignorante de la verdadera identidad, lo recibió con todos los honores ya que traía una recomendación, también falsa, del Obispo de Madrid y lo destinó a una parroquia en el barrio de Devoto que tenía una cómoda casa parroquial.
Su mujer criada en Villa Luro y por eso conocedora de la zona, alquiló una casita cerca de las vías a unas pocas cuadras del templo donde oficiaría su marido. Y comenzó a frecuentar la iglesia. Al año ya todo el barrio la conocía como la beata del lugar. No había misa a la que no fuera, ni actividad parroquial en la que no estuviera. Al año y medio encabezaba la Acción Católica
Los té canasta, rifas, ferias de platos y peregrinaciones a distintas vírgenes del todo el país, eran celosamente supervisadas por el padre Antonio y Graciela, hasta altas horas de la noche. Debían planificar cada una de las actividades.
El curita era de los llamados “modernos”. Había renunciado a usar el auto del arzobispado y se movía en una moto enduro. Era poco dado a usar sotana. Solo se la ponía cuando venía el obispo o cuando daba misa y aún en esas ocasiones, se le solían ver las zapatillas por debajo del hábito. Normalmente usaba un par de vaqueros y alguna remera. Jugaba al fútbol con los chicos de la Juventud Católica y solía frecuentar un café de Villa Luro que a la noche se transformaba en pub.
Quizás por esa forma distinta de actuar, comenzó a crecer en forma rapidísima la Acción Católica. Mejor dicho, la rama femenina de la Acción Católica. En poco tiempo una verdadera “epidemia “de religiosidad se extendió por Devoto y Villa Luro. Un ejército de señoras y señoritas se incorporaron a las huestes del catolicismo porteño.
Graciela, no daba abasto controlando y rindiendo cuentas de todo lo actuado, al curita. Las actividades eran cada vez mas y por lo tanto mas el tiempo que se veía obligada a estar con Antonio. Por supuesto que nadie sospechaba nada de nadie. Y mucho menos de la santurrona de Graciela.
Además el falso sacerdote, siempre de un modo u otro introducía en el sermón la frase “no hay que hablar de la gente, solo de las cosas”y de tanto repetirlo, casi que ya era el lema de la feligresía.

Por eso cuando la espectacular mulata, recién llegada de Venezuela, se acercó a la parroquia en busca de auxilio espiritual y comentó que en su lejana patria practicaba la santería, Antonio tomó como un deber moral inculcarle la verdadera religión. Se dedicó a su conversión casi por completo.
Y se produjo el milagro. Al poco tiempo, ya no se sabía quien era más devota si, Graciela o Azulé, que así se llamaba la antillana. Prácticamente las dos mujeres vivían todo el tiempo en la iglesia. Al principio parecía que había entre ellas, una especie de competencia a ver quien cumplía mejor con los mandatos de la religión. En este caso personificada en el cura Antonio. Pero nadie habló de más, por aquello de que “no hay que hablar de la gente... ”
Hasta el día en que la puerta de la iglesia permaneció cerrada a las siete de la mañana, hora de la primera misa. Y así estuvo por el resto del día. Recién al segundo día, el barrio se dio cuenta que no solo no se lo veía mas al cura, sino que tampoco se las vio mas a Graciela y a la venezolana.

El año pasado viajé a Caracas a un Congreso de Economía Solidaria. El gobierno de Chávez, una vez terminado el evento, nos ofreció un par de días en la Isla Margarita.
La primera noche fuimos a un lugar que nos dijeron que era de unos argentinos. La decoración del boliche era muy original pero lo que nos pareció mucho más original fue el nombre: “El pub del cura glamoroso”
¿A que no adivinan quienes lo atendían?



Juan José García Zalazar

lunes, 31 de agosto de 2009

Derrota

"Cariño" Xilografía
Derrota

Si ni el run run de los rundunes
que bailotean en la ventana,
ni el dulce lamento de las tortolitas
de los cercanos sausales.

Ni la calurosa siesta dolorense
que arde de zumbonas abejas
Ni los ladridos cansinos
de no se que, lejanos perros.

Ni mi ya monótono arrorró,
ni el ronroneo del arroyo.
Si ninguna de estas artes
Pueden hacerte dormir, la siesta, mi niña,
Me declaro, en esta ocasión,
totalmente, derrotado.


Juan José García Zalazar Julio del 2006.

domingo, 30 de agosto de 2009


Te estoy robando


Mujer morena y de espaldas,
desnuda y tersa, mujer violín.

Belleza pura.
Te sabes linda,
mirada por mí.

Y aunque no lo sepas
te estoy robando,
en secreto, te voy guardando.


Luego, cuando te necesite, te buscaré.
desnuda y tersa.
Belleza pura, mujer al fin.


Juan José García Zalazar. (*Vanidad-Xilografía-2008)

sábado, 29 de agosto de 2009



Esta es una xilografía.Se llama "una vida al garete" Al garete significa que una embarcación navega sin rumbo ni dirección, movida por el viento o la corriente.

Y un poco es así,la vida,nuestra vida,aunque algunas veces nos permitamos darle un golpe de timón y "elegir" el rumbo.