jueves, 19 de agosto de 2010

Nadie sabe nada




Nadie sabe nada. Hablan por hablar. Solo nosotros dos sabemos realmente porque pasó lo que pasó. Ni saben que la Llorona tenía nombre como cualquier cristiano. Se llamaba Ramona.
Yo no se porque, pero que la gente viva en la calle en las grandes ciudades, parece que es normal. Casi como una “nota de color”, como dicen los de la televisión.
Pero que en un pueblo chico pase lo mismo, solo significa que la gente no tiene corazón. Sino la Llorona no tendría que haber estado tirada en la estación del ferrocarril .Muriéndose de calor en el verano. Temblando bajo las chapas heladas en los crueles inviernos como ninguna persona debería temblar. No hacía mal a nadie. De vez en cuando se le daba por ir al centro y sentarse en cuclillas en la puerta del banco .Entonces se ponía a sollozar. Silenciosamente, casi como pidiendo permiso.
El empleado del ferrocarril fue quien nos dijo que lo mejor que podíamos hacer por ella, era comprarle una muñeca. Nos contó que Ramona atesoraba en una caja de cartón, dos bebes de plástico a los que bañaba con infinita ternura todas las tardes. No tenían ropita. Por eso compramos, juntando la plata entre los dos, esa muñeca, primorosamente vestida, con unos hermosos zapatitos blancos y el cabello peinado en dos trenzas. El día que se la dimos, la miró, la abrazó y mientras la acunaba nos miró con esos ojos que jamás podré describir. Al ver los dos caminitos que hicieron las lágrimas al bajar por su rostro, sentimos pena y satisfacción. Supimos que Ramona era feliz.
Ahora solo tengo una gran bronca. Tengo odio y no se a quien. Me gustaría saber quien le robó los muñecos. Quien se los quemó en el basural. Quien fue la bestia que lo hizo. Por eso digo que la gente no sabe nada y que hablan por hablar.
No fue un accidente. La camioneta que la atropelló solo la mató por segunda vez.
Cuando la Llorona cruzó la avenida, hacía rato que estaba muerta.

Juan josé García Zalazar