jueves, 27 de enero de 2011

JUNTOS PARA SIEMPRE


Juntos para siempre


Ese año fui el único estudiante de taxidermia del secundario. El taller había quedado como una reminiscencia de los antiguos planes de estudios. Un par de años más tarde se cerraría definitivamente. Menos mal que lo pude aprovechar. Sabía que más tarde o más temprano mamá moriría.

Ella lo era todo para mí, madre y padre. Papá siempre fue un ser callado y casi inexistente. La mayor parte de su vida lo pasaba en el trabajo o en el club. Solía aparecer casi al anochecer, cenaba y apenas si cruzaba alguna palabra con mamá. Siempre el tema era el mismo; cuanta plata le hacía falta para el día siguiente. Para él, así todo estaba bien.
La universidad no la terminé. Solo curse algunos años en bioquímica pero pronto abandoné. Mi presencia se tornó indispensable, cuando mis otros dos hermanos se fueron de casa y abandonaron a mamá.
Cuando papá falleció, casi ni nos dimos cuenta. Poco cambió en casa. Fue como quitarnos un peso de encima. Ahora mi vida con mamá empezó a ser casi perfecta. Ella por fin pudo atenderme como siempre lo quiso hacer. Yo no conseguía un trabajo como la gente. No nací para ser un simple empleado ni dependiente de negocio. Así es que, naturalmente, empecé a atender el negocio de mamá. Tuve un par de novias. Ninguna de ellas supo apreciar la excelente suegra que era. En algún momento me demostraron que querían romper la encantadora relación que manteníamos y eso nunca lo permití.
Es verdad que desatendíamos el negocio, pero con lo que ganábamos lo pasábamos lo más bien. Así lo entendía mi progenitora. Nunca hubo un reproche.
No me casé. Al igual que papá comencé a frecuentar un club y después me pasé a un antiguo bar. Con el tiempo pasó a ser mi segunda familia. Todo estaba tranquilo y ordenado. Mamá atendía por la mañana y yo unas horas a la tarde. Llegaba, cenaba (siempre me esperaba a que llegara) conversábamos un poco y me iba al bar, con los muchachos. Regresaba tarde y ella me esperaba con un tesito caliente para que me fuera a dormir sin problemas estomacales.
Así fueron pasando los años.
Mamá se estaba poniendo vieja. Su andar era cada vez mas lento y en ocasiones cuando llegaba casa, la encontraba dormitando en el sillón. Ya casi no salía a juntarse con las amigas a jugar a la canasta y dejó de ir al negocio. Tampoco me atendía con la dedicación con que lo solía hacer. En ocasiones tuve que llevar la ropa a la lavandería. Mamá dejaba que se acumulase y a veces no tenía que ponerme. Incluso me hizo problema cuando le dije que me comprase un nuevo traje. El que tenía se estaba poniendo brilloso de tanto plancharlo. Siempre use traje con chaleco. Desde que empecé bioquímica. En verano cuando el calor era insoportable, me vestía en casa, con pantalón y camisa. Me sentía desnudo. Claro que de noche, para salir, tenía uno de verano. Jamás salí a la calle sin saco y corbata.
Durante todo ese tiempo, unos cincuenta años más o menos, no dejé de actualizarme en todo lo referente a la taxidermia. Los nuevos productos químicos, técnicas y procedimientos. Todos los aprendí. Se convirtió en mi hobby. Mis amigos sabedores de esa inclinación me traían, cada tanto algún animalito muerto para que practicase. Algún pajarito, sapos, una vez un gato y hasta un perro que murió de viejo, mascota de uno de ellos.

Una cosa no le perdoné nunca a mamá. Que trajese un gatito negro que encontró en la calle. Por ahí me parecía que lo atendía más a él que a mí. Pronto se desarrolló y llego a tener un lugar propio en la casa. Su cucha, su plato, un almohadón cerca de la estufa en el invierno y hasta una caja de madera con arena donde hacia sus necesidades .Vivíamos en un departamento de alto, amplio, pero no como para tener un animal.
El gato no me aguantaba.Cada vez que me veía retrocedía lentamente a esconderse bajo algún mueble. Había algo amenazador en la forma en que se iba. Se retiraba curvando el lomo, erizaban los pelos y emitía un sordo gruñido sin sacarme los ojos de encima. Siempre temí que me saltase a la cara. No hubiera sabido que hacer. El odio era recíproco. Pensaba que en cuanto mamá no estuviese más, no me demoraría en deshacerme de el.

Mamá murió tranquilamente como había vivido. Un día no se levantó. Me di cuenta cuando no me despertó al mediodía para almorzar. Estaba en su cama como si durmiese. Sabía que no debía demorarme mucho tiempo en comenzar a embalsamarla .Todos los manuales recomiendan empezar la tarea lo mas pronto posible. Eso redunda en que el aspecto final sea el deseado. La tarea más pesada la hice en el baño. Allí tenemos una gran bañadera, de esas de principio de siglo, con patas que imitan a las garras de un león.
Tuve el cuidado de no dejar ninguna huella que indicase que había fallecido.Ya tenía todo preparado para dar una explicación creíble a las pocas personas que la conocían. Sus amigas, las pocas que quedaban, serían las mas fáciles de engañar. Madre siempre estaba diciendo que en cualquier momento iba a realizar un viaje a su lugar de origen. Chaco. Y que no volvería ni en tres meses, por lo menos. Con mis hermanos no habría problema. De ellos no sabía nada desde hacía quince años. Ni sabía si aún vivían.
Ahora que mamá esta tranquilamente sentada en el comedor, en su sillón favorito (ha quedado hermosa), tengo que tomar otra decisión. Que hacer con el gato.
Ya me estaba acostumbrando a su presencia. Pero lo que hizo esta mañana me obliga a que no pierda más el tiempo. Lo descubrí cuando se afilaba sus uñas en las piernas de mamá. Lo hacía de una forma que me dio idea que así tomaba posesión de ella. Y eso nunca se lo permitiré. Se dio cuenta que descubrí sus intenciones porque por primera vez lo vi que corría a esconderse, temeroso. Esta vez lo hizo dentro del fuerte ropero de algarrobo. Sin querer me ha dado la solución. Lo cerraré con llave y la tiraré.
Así quedaremos solos y juntos, como siempre, mamá y yo.


Juan José García Zalazar