domingo, 28 de febrero de 2010

Pequeña historia de amor

La clase en el secundario se desarrollaba como siempre, tediosa, eterna.
El profesor de historia comentaba que el General San Martín, jamás se apropió de los bienes de los españoles vencidos, porque creía que no era un botín del que había que apoderarse. Fue entonces cuando uno de los alumnos aprovechó, para decir con esa crueldad de adolescente: “¡Como los botines de Gutiérrez!” y la carcajada fue general.
Gutiérrez era uno de nuestros compañeros del nacional, estudioso y responsable. Su padre, por esas cuestiones burocráticas, no lograba que le pagasen la jubilación y a su edad nadie le daba trabajo como la gente. En su casa no había un peso para nada, menos para comprar zapatos. Por eso Gutiérrez iba al colegio con un par de botines de su papá y era notable que le quedaban grandes. No había manera de disimularlo. Todos los demás usában mocasines. Gutiérrez nunca antes se había sentido tan herido. Pero lo que realmente le dolió, era que la burla la hubiese escuchado una de sus compañeras, Cecilia. Desde que la vio se enamoró perdidamente. Bastaba que mirase para su lado para que sintiera vergüenza. Era demasiado linda.
Cecilia una sola vez le habló. Lo hizo con tanta dulzura que ya nunca mas se pudo olvidar de ella. Y eso que solo le preguntó una duda que tenía en matemáticas. Esperaba que no se hubiera dado cuenta del temblor de su voz cuando le contestó. La timidez siempre lo traicionaba
Por eso se la juró al burlista. Lo esperaría a la salida y lo retaría a pelear en el baldío de la vuelta. La macana que su compañero y ahora odiado rival, era como veinte centímetros mas alto y con un físico de una persona totalmente desarrollada. Jugaba al rugby en el único club del pueblo. Pero si algo le sobraba a Gutiérrez era orgullo y una clara inclinación al suicidio.
En el último recreo le dijo que lo esperaba en el campito y que no le dejaría un diente sano. La risotada de Moreno, que así se llamaba el rugbier, preludió la contestación: “Dale, que hoy tengo que hacer un poco de ejercicio”
La noticia corrió por todo el colegio en pocos minutos. En la puerta una verdadera muchedumbre rodeo a los contendientes que se encaminaron al campo del honor.
Gutiérrez tenía mucho miedo, solo la bronca lo empujaba. De ella sacaba el coraje para no dar la vuelta y salir corriendo. Además, estaba Cecilia. Se sentía un gladiador y tenía la secreta esperanza de poder ganarle a esa masa de músculos y que ella al enterarse, se fijase en él.
La primera trompada de Moreno, en realidad fue a traición, ya que Gutiérrez ni en guardia se había puesto. Aunque de poco le hubiera valido. Trastabilló pero no se cayó. La segunda que le pegó lo dejó medio desorientado, pero tampoco se cayó. Alcanzó a largar un puñetazo que se perdió en el vacío y recibió otro en plena nariz. La sangre caliente corría hacia su boca, la sintió salada. La vista no le obedecía bien. La figura del gigantón se ponía cada vez más borrosa. El próximo golpe fue en el mentón. Le pareció que un caballo lo había pateado. Cayó. El par de zapatazos en las costillas casi no los sintió. El suelo era blando, los sonidos sordos, los brazos no le obedecían y parecían de manteca. No le servían para pararse. Todos a su alrededor se reían y de a poco se iban yendo. Y él allí, tirado, solo, y más herido que nunca.
Una mano le tomó la cabeza y la apoyó sobre algo blanco. Parecía un guardapolvo. Era suave y tibio. Lentamente se dio cuenta que estaba apoyado sobre una falda y que un pañuelo, amorosamente, le limpiaba la cara. Y comenzó a dudar si se encontraba en la tierra o en el cielo, porque su mirada, aun nublada, le dejo ver la carita de Cecilia.
Y ella estaba llorando.


Juan José García Zalazar (2007)

1 comentario:

Juan Marinero dijo...
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