lunes, 12 de abril de 2010




Breve historia del “ratón” Gómez (empleado municipal)


Una esquina era la terminal de colectivos en el pueblo. Recién veinte años más tarde se construyó un edificio destinado a ese fin. En ella había un importante comedor. El de Don Tito y su mujer. Los ómnibus salían de allí a otras poblaciones del oeste cordobés. Las veredas estaban hechas de pedazos de piedra laja. Las juntas entre ellas, tenían profundos huecos de tanto en tanto. Eran las cuevas de los ratones que por allí pululaban.
Para muchos serranos llegar hasta la ciudad, era un acontecimiento. Se instalaban en el bar de Don Tito (que nunca cerraba) por un par de días con sus noches. Ocupaban una mesa y se emborrachaban mansamente. Solo se levantaban para ir a orinar. Las jaulas con las gallinas y las bolsas con cabritos recibían las mínimas atenciones. Un poco de maíz y agua. Conversaban todo el tiempo. Cada tanto con gritos y carcajadas celebraban algún encuentro. O guardaban silencio con tristeza. Uno entonces pensaba, que se acordaban de algún amigo muerto.
Esta bucólica vida se veía empañada por la insolencia de las ratas. Cada vez eran más. Al principio se las veía salir de noche. Más tarde, a pleno día, con sus gordos cuerpos encorvados. Cuando lo viajeros se descuidaban, alguna intrépida subía a los bultos, husmeando, en busca de comida. El grito de las mujeres producía la rápida huída, pero por poco tiempo. Al rato aparecían, nuevamente, olfateando el aire.
Gómez era el empleado municipal que tenía a cargo la “terminal”. Su impresionante gorra gris con visera negra, y una chapa de bronce que lucía en el pecho, lo investían de autoridad. A él acudían los que tenían algún problema. Entonces sacaba una enorme libreta de tapas marrones y procedía a “labrar el acta” según decía. Nunca dijo que pasaba después, pero la gente descontaba, que por lo menos el Intendente, seguro, se enteraba. La queja adquiría, entonces, rango institucional. La seriedad de Gomez y sus inquisitivas preguntas, garantizaban que se hacía lo que correspondía.
Pero el problema de las ratas no se solucionaba con “levantar el acta “.No alcanzaba.
Una noche un parroquiano, fue mordido en un dedo del pie, que asomaba elegantemente de su alpargata, por una enorme rata gris. El hombre saltaba y pateaba al aire con el ratón prendido a su falange. Luego se sumó otro caso por demás desagradable. La mujer de Don Tito nunca fue muy higiénica y no disponía de mucho menaje, pero dentro de la escasez imperante, se las arreglaba para dar de comer.
El caso es que, se encontró dentro de un plato de locro, entremezclada con los pedazos de carne, una cría de rata. El hombre se dio cuenta cuando no lograba desmenuzar en su boca, este rebelde trozo y lo sacó para cortarlo con el cuchillo. La Municipalidad tomó cartas en el asunto. Se decidió ahogarlas en sus madrigueras. El operativo estuvo a cargo de Don Gómez. Un viernes a la tardecita llegó el camión regador con sus mangueras y una cuadrilla de peones. Si intentaban escapar serían muertas a palazo limpio por los fornidos muchachos municipales. Llegaron, sacaron el mate y las “rasquetitas”, en espera de órdenes superiores. Gómez no había arribado aún. Se rumoreaba que llegaría acompañado por el Intendente y el Secretario de Obras Públicas. Las elecciones serían pronto y el Lord Mayor quería dar muestras de buena administración. Estaba en juego su reelección.
El auto oficial frenó frente al camión. El Intendente se bajó de inmediato, se quitó el saco y tomó un pedazo de hierro macizo de un metro de largo. Mirando de reojo a los numerosos vecinos adoptó posición napoleónica y dio la orden precisa.- ¡Vos Gómez quedate a mi izquierda, Negro, vos a mi derecha!- y luego levantando la voz gritó:-¡Échenles agua a esas mierdas!
Alrededor de las cuevas, apostados con gran nerviosismo, esperaban los empleados. Los músculos tensos y la vista clavada en los agujeros. A la media hora salió la primera. Su cabeza mojada fue destrozada por el certero palazo. Al poco tiempo decenas de ellas salían por todos lados. Las que lograban escapar de los palos, sucumbían en las fauces de los perros que se habían sumado a la algarabía general. De donde no salía ninguna, era de la cueva que vigilaba el Intendente y sus amigos. Allí la tensión aumentaba segundo a segundo. El fotógrafo que,”casualmente” pasaba por allí, se aprestaba sacar la foto que inmortalizaría la acción de gobierno, en el diario Nuevos Rumbos. Al fin, un borboteo, indicó la inminente aparición del roedor. Salió de golpe y escapó a gran velocidad corrido por el Intendente y Gómez. En un momento dado, paró y los enfrentó. Allí el político aprovechó para tirarle un potentísimo “fierrazo”, con tan mala suerte que se le atravesó un perro y le desvió el golpe a la “canilla” de Don Gómez. Se la quebró en dos partes.
En el Hospital, el practicante de guardia hizo lo que pudo. La intervención, le dejó tres centímetros mas corta una pierna que la otra. Por eso al municipal se lo debería haber apodado “el rengo” Gómez. Sin embargo por ese incidente en la batalla contra las ratas, a este hombre digno y generoso, se lo llamó desde entonces “el ratón Gómez”, y a sus hijos, los “ratoncitos Gómez”.

El Intendente fue reelecto con más del sesenta por ciento de los votos. A los meses ya se candidateaba para Senador.


Juan José García Zalazar

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