domingo, 6 de diciembre de 2009

El cartel increíble


El cartel increíble


Quizás haya sido porque en ese lugar pasé los mejores momentos de mi niñez.
Un lugar bucólico. El campo de mi abuela.
Nosotros vivíamos, por razones de trabajo de mi viejo a mil cien kilómetros de aquí.
Todos los veranos emprendíamos la aventura de treparnos a un tren que recorría un tercio del territorio nacional. Rumbo a la suprema felicidad.
Esa, compuesta por desayunos bajo los talas, con pan casero, leche recién ordeñada con mate cocido, dulce de durazno criollo y manteca bien salada.
El ir a buscar los caballos al cerco para ensillar e irnos al potrerillo a cazar liebres.
Las pequeñas tareas encomendadas de acuerdo a nuestra edad. A la tardecita; buscar las ovejas al campo. Venir tras de ellas respirando el cálido olor de sus lanas, mezcladas con el polvillo en suspensión de sus pasos cansinos.
O traer agua desde el pozo en baldes, para regar el patio, asearnos, hacer la comida.
Comida criolla si la hay. Zapallo, papa, zapallito, zanahoria y grandes trozos de carne, a veces de cordero, todo en un gran guiso de aroma sin par.
Y la abuela que siempre lo acompañaba con enormes pedazos de pan criollo hecho al rescoldo.
Las siestas con el arrullo de las tortolitas, y ese calor que de tanto insistir nos hacían dormir aunque resistiéramos.
Si el paraíso debiera ser descripto por un niño, me lo hubieran preguntado a los ocho años, y la descripción hubiera sido perfecta. Porque lo viví a esa edad.
El tiempo pasó. Los viejos parientes ya no existen. El camino me trajo de regreso, cincuenta años mas tarde.
Por ello, esta mañana al pasar por el campo que fuera de mi abuela, vi un cartel de lo más común. Aunque este era increíble.
Decía: OPORTUNIDAD 17 HAS. EN VENTA –INMOBILIARIA BRUNO Y CIA... y no pude leer más.
Porque el agua de que están hechas las lágrimas es opaca, a través de ellas todo es borroso.

Juan José García Zalazar

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